El Bastión Espejismo
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Alma de Fuego

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Mensaje  Cedric Mar Feb 23, 2010 6:20 am

—Así que queréis escuchar mi historia... —rie el mago, pero no es una risa divertida, sino más bien sardónica, recordando algo con amargura—. Mi nombre es Cedric. Tan solo Cedric. —El recientemente presentado esboza una media sonrisa—. Como habréis podido adivinar no es el nombre que me fue otorgado al nacer. Ese nombre ya no me representa, pues aquel ser inocente y despreocupado ya no existe. Cedric es, pues, el nombre que me representa ahora, el nombre que representa lo que soy, en lo que me he convertido. Y aprended una lección básica, los nombres verdaderos son importantes en la magia, puesto que revelan nuestro verdadero ser.

Se levanta de su asiento en un cómodo sillón de cuero, cerca de la chimenea, encendida, por supuesto, y coloca el libro que tenía entre sus manos en una de las múltiples estanterías de libros que adornan su despacho.

—Para aquellos que esperen la historia de un héroe —prosigue el mago—, de un paladín de la justicia y el valor, tan sólo os diré una cosa: buscaos a otro cuentacuentos. No soy un héroe, no soy un caballero de brillante armadura que combate contra dragones. No necesito mostrar mi valía y probarme en retos inalcanzables. No soy nada de eso. Soy un efreet sin patria ni bandera, sin causa ni orgullo; soy un superviviente.

Vuelve a sentarse en el sillón con una mueca torcida, disgustado claramente por los recuerdos de su pasado.

—Mi historia comenzó hace años, cuando apenas era un mocoso, con ideas de grandeza, gloria y fortuna. Con afán de que mi nombre fuese recordado por toda la eternidad, que se pronunciase con miedo en cada esquina del mundo.

A medida que profundiza en su discurso se levanta exaltado del sillón y empieza a gesticular con los brazos, ensalzando sus palabras, con un tono casi demencial, cada vez mas elevado.

—Que el mundo recordase mi nombre durante generaciones... Fui un estúpido y, como todos los estúpidos, pagué un precio muy alto por mis estupideces.

En este punto Cedric baja los brazos y adopta un gesto abatido.

—La mayoría de los de mi raza somos nómadas errantes, mercaderes, mercenarios, hábiles en el manejo de la espada y de los números; sobre todo si podemos sacar un buen partido.

Se sienta de nuevo en la silla y se acomoda.

—Un día nuestra caravana fue detenida por uno de los destacamentos del ejército imperial, y nos comunicaron que todas las poblaciones del imperio debían procurar una leva al ejército. Yo, joven e iluso como era, salté ante la posibilidad de embarcarme en tan gloriosa causa. Unos pocos más de la caravana se unieron al ejército junto a mí y marchamos a uno de los fuertes a ser adiestrados...

El hombre, perturbado por sus recuerdos, se levanta y se dirige a la ventana, mirando al exterior con la vista perdida en el horizonte.

—Adiestrados... curiosa palabra, reeducados más bien... Allí nos lavaron el cerebro, nos encadenaron la mente, nos doblegaron a la voluntad del emperador, nos conviertieron en carne de cañón, en esclavos sin voluntad que solo cumplen la voluntad de su domitor... Durante meses estuvimos arrasando poblados, matando gente indiscriminadamente, hombres, mujeres, niños... mis manos se tiñeron de sangre... —suelta una risotada despectiva—; hay algunos que incluso dicen que el color de mis ojos se debe a toda la sangre que derramé en esos meses. Sigo diciendome que no tuve elección, que me estaban obligando, que no era dueño de mis actos —Cedric aparta la vista de la ventana y se pone a pasear de lado a lado de la habitacion, a grandes zancadas —, pero lo cierto es que si no me hubiera unido no habría pasado lo que pasó. Aun así, me repito una y mil veces que no fue culpa mía, que tuve que escoger entre sus vidas y la mía, que fue todo una desafortunada consecución de acontecimientos... Lo cierto... lo cierto es que nada de eso me ayuda a dormir por las noches —concluye el hombre volviendo a sentarse y ocultando su cara entre sus manos—. Esas matanzas... esas masacres continuaron, y una frase se convirtió en mi mantra... "Ellos o yo, ellos o yo"... pero mi instinto de supervivencia siempre se sobreponía al dolor de mi corazón ante las atrocidades que me veía obligado a cometer... hasta ese día.

Cedric se levanta de nuevo y se vuelve a encaminar hacia la ventana, soltando un suspiro de camino.

—Empezó como otro día cualquiera; sangre, sudor, batalla, muerte... peleando por mi vida, matando para evitar morir. Casi al final de la batalla, cuando apenas quedaban enemigos, una joven bella, esbelta, con un traje de baile destrozado y llena de moratones y arañazos se precipitó a mis pies tras salir a la carrera de entre unos matorrales.

Se acomoda una vez mas en el sillón y deja caer su cabeza hacia atrás, posando su mirada en el techo de piedra de la estancia.

—Con sus últimas fuerzas y un susurro apenas audible, me suplicó ayuda —otra risotada amarga—. Ayuda. A mí. Al efreet que había estado matando a todo enemigo que se ponía en su camino unos minutos antes. Quizá fue lo absurdo de la situación, quizá gané una batalla que llevaba meses peleando, o quizá fue cuestión de suerte... pero aquel día, en la planicie de Naemeria, mis grilletes al fin se quebraron. Por fin era libre —dice levantando la cabeza y sonriendo—. Horas y horas estuve cargando con ella y corriendo, sin descanso, pues temía que me encontrasen, o que me diesen alcance. Cuando sentía que mis fuerzas desfallecían, cuando estaba a punto de caer rendido, ví una caravana a lo lejos, y, con mis últimas energías hacia allí me dirigí.

Se incorpora en el sillón y apoya los codos en sus rodillas.

—En cuanto notaron mi presencia sentí como todos se tensaban, como todos se preparaban para atacarme, pero no le dí importancia. Lo único que recuerdo es suplicar que la curaran, que la cuidasen, que salvasen la llave de mis grilletes, mi único billete hacia la libertad.

Vuelve a recostarse en el sillón con un gesto cansado.

—Dias más tarde, desperté y conocí al resto de integrantes de la caravana. Algunos de los cuales son otros profesores de este bastión. Pero eso, me temo, es una historia para otro día, pues está ya oscureciendo y es hora de retirarse —y con un gesto de su mano Cedric señala la puerta, mientras su mirada se pierde nuevamente.
Cedric
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