Aullidos a la diosa cambiante

-Hazte el tonto, Kay.
-Pero mamá... se rien de mi. Me llaman chucho y perro estúpido.
-Eso es por que eres diferente. A la gente le asusta lo que no conoce y por eso se burla, para espantarlo.
-Yo no quiero ser diferente... -dije haciendo un mohín de enfado.
-Pero lo eres. Eres diferente, eres mejor. No tienes por qué ser como ellos, asi que no tienes que devolverles las burlas, ni molestarte por ellas.
-Peero...
-Ni peros ni nada, se acabó y punto. Si quieren verte como un perro estúpido, comportate como tal, pero acuérdate siempre de tener los colmillos preparados.
Durante un tiempo me quedé sin palabras. Poco a poco lo comprendí, y sonreí.

Mamá murió despúes, no mucho despúes. Cuando empezó la guerra. Entonces le conocí. Eran poco más que mercenarios y su líder un hombre corpulento y bastante más alto que yo. Tenía ojos ambiciosos y ambarinos. Asaltaron el pueblo, dijo que los híbridos que habitaran allí debían morir. Nunca he recordado el nombre. Recuerdo a mamá diciendo que recordara tener los colmillos preparados. Corrí hacía el bosque, sé que otras dos hibrídos al menos sobrevivieron. Las olí en la noche.

Fue extraño la primera vez que sucedió. Uno de los mercenarios me sorprendió mientras buscaba un rincón en el que refugiarme. Primero me asusté. Después me sentí mareado. Luego noté cómo mis huesos se fundían y recolocaban, mis manos se agarrotaban, las uñas se abrieron paso a través de la carne. La mandíbula se me estiró lentamente, mientras los dientes crecían. La mirada de terror del guerrero se quedó grabada en mi memoria. Me incorporé, gruñí. La metamorfosis no era perfecta, pero esa era la verdadera naturaleza del híbrido, su auténtica forma. Tenía los colmillos preparados.

Mi presa corrió, intentó ser más rápido que yo en la espesura que tan familiar me resultaba. Le dí ventaja; perdió.

La noche que conocí a Daryael había matado por segunda vez. El gnomo me ayudó a esconder el cadáver. No hizó preguntas, sólo me ayudó. Yo no hice preguntas tampoco, sólo caminé tras él.

-Es sorprendente ver a uno de los tuyos por aquí - dijo cuando le pareció oportuno, una hora o dos despúes de caminar hacia el este -. ¿Sabes quién os está exterminando?
-¿Quién? - articulé, pero era más un gruñido que una palabra. La metamorfosis, entonces, me solía dejar trastocado durante unas horas.
-El Dragón dorado - contestó el gnomo.
-¿Dragón? - repetí.
-Se hace llamar así, pero no es más que un mercenario de tantos. Caza a todos los híbridos, los captura, se lo lleva y la última noticia que llega de ellos es que han muerto.
-¿Hum...? Creo que le conocí...
-A los demás nos "sugiere" que le ayudemos.
-¿Y si no? - pregunté con una voz que ya sonaba más a mí. Ya podía empezar a hablar con naturalidad
- Si no... nos sugirere que vayamos a pedir asilo al emperador Kilian y a su sistema de castas con el que los extranjeros y los no-Shima somos poco más que esclavos.
-Genial...
-Necesito a alguien que conozca los bosques, alguien que pueda viajar solo si lo necesito, alguien como tú.
-¿Por que?
-¿Salvar vidas te parece poco?
-¿Solo quereis sobrevivir o hay intención de mandar al otro barrio a ese desgraciado?
-Para hacer lo segundo primero tendrá que sobrevevir un ejercito capaz de plantarle cara. Tengo un conocido que está dispuesto a ceder un terreno, un castillo o algo así, que servirá para entrenar a nuestras tropas. Además, te tengo que presentar a una de nuestros aliados...

Entonces, la encontramos. Olía bien, a esfuerzo, a tierra fresca y metal, como Daryael.
"Recuerda ser un perro estúpido", recordé.
Me lancé sobre la gnoma siguiendo mi papel y, mientras ella se reía, le lancé una traviesa mirada de complicidad y asentí. Así comenzó mi viaje.