El prefacio del desastre

Era demasiado irreal para la realidad, la cruda y simple, y seca, y triste, y rompedora, y asfixiante realidad. Era imposible que él y yo estuviéramos juntos, aunque solo fuera un instante, una milésima de segundo, eso bastaría, pero no. Era demasiado pedir para un simple camarero como yo, que más podía exigir en este mundo que no fuese servir en la cocina y atender a los invitados cuando llegaban a casa. No podía pedir más pues la claridad de mi piel así lo establecía. Y es que en nuestro limitado mundo, nuestro destino se forja en el mismo momento en que nacemos y nuestra piel será nuestro uniforme por el resto de nuestras condenadas vidas. Un destino triste, pero es más triste cuando la persona con la quieres pasar el resto de tu vida tiene un color de piel más oscuro, entonces tu vida es una gran putada.

-Dáte prisa, no tenemos todo el día- me asalta la voz de mi superior exigiéndome una mayor prisa en mi empeño por dejar impecable la vajilla.

-S....si- contesté casi sin aliento.

En ese momento mis compañeros de oficio desfilamos hacia el comedor dónde nos esperaban lo señores de la cas, cuyo tono de piel era tan oscuro como el azabache. En esta ocasión había un miembro más, dado que habitualmente eran tres: el señor, hijo de una adinerada familia, la señora, señora con una extraña obsesión por los gatos, y el señorito, o Cloud, para sus allegados, era un joven de unos dieciocho años, de constitución poderosa y una impresionante mirada, que a pesar de presentar un tono oscuro como su tez, emitía un extraño brillo más intenso que el sol. Era un prometedor muchacho, y por ese motivo, el señor le había obligado a servir servicio en el ejército, todo con tal de aumentar su fama y gloria. Me aterraba que el día de mañana tuviéramos que separarnos, y más aún de que algún día su vida peligrase o incluso se extinguiese, pero quien le importa es la opinión de un criado. Era la única persona en toda la casa que nos trataba como verdaderas personas, era un ser demasiado bondadoso para aquella familia. Cloud me miró con un instante y luego retornaron sus ojos hacia el invitado, con quién mantenía una animada conversación. Aquella mirada no decía nada por sí sola, pero yo sabía que detrás de ella había algo, un mensaje solo para mí, me temblaron las rodillas de pensarlo y casi derramo el contenido de la fuente que transportaba. Por último, el invitado era más oscuro que nuestros amos, vestía un uniforme de militar, lo cual me hizo sospechar que bajo nuestro techo se cocinaba algo, y no era precisamente el estofado que habíamos preparado para la cena.


Recuerdo aquella noche con total claridad, a pesar de las lagunas de mi memoria, había terminado de fregar de nuevo toda la vajilla, era lo que mejor hacía y el siervo que rompía menos platos, cuando de pronto un sonido hueco rompió el cielo y lo inundó de más ruido ensordecedores, un temblor hizo que la casa casi se viniera abajo, todos los criados nos asustamos y corrimos a salir lo más rápido posible por las puertas, pero estaban cerradas. El pánico cundió en la casa, y algunos fueron a avisar a los señores, pero estos no estaba, en la casa ya no quedaban shimas de tez oscura. El pánico se convirtió en una carrera para salvar la vida: ¡nos habían encerrado!
Corrían por los pasillos como fieras enloquecidas, aquellos salvajes, que habían sido mis compañero se transformaron en fieras locas, que me atropellaron sin ningún remordimiento. Caí inconsciente. A al mañana siguiente la casa estaba sumida en un absoluto silencio. Logré incorporarme con dificultades pues la cabeza me dolía como nuca, y mis huesos se estremecían bajo un dolor inaguantable. Caminé hasta la puerta con dificultad, la entoné y no pude creer lo que mis ojos veían