El Bastión Espejismo
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Una piedra en el camino

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Mensaje  Anthros Miér Jun 20, 2012 12:36 pm

Encrucijada I

–El mundo vuelve a cambiar–comento. Mi maestro, el líder de la tribu, apenas se inmuta. Desde fuera podría parecer que no me hace caso, pero está más pendiente de mis palabras de lo que yo mismo soy consciente, y ve más allá de ellas. Ya las ha escuchado cientos de veces en el pasado, y siento que es el momento exacto de que yo se las recuerde.

–En realidad nunca ha cambiado, y nunca cambiará… pero tú eso ya lo sabes–me responde. En realidad no me responde a mí, sino a los que se encuentran agazapados a nuestro alrededor. Todo dragneo que se precie sabe encontrar en solitario el sentido a nuestras palabras, antes o después.

Como la mayoría de las conversaciones que hemos tenido desde que alcancé un grado de conocimiento suficiente de aprendizaje, nos limitamos a manifestar a los que no tienen nuestra habilidad el fluir de las aguas del tiempo, la importancia del pasado y su ciclación, como un río que desemboca en su mismo nacimiento.

Hace mucho tiempo, todas las tribus poseían un elevado número de lo que se conoce despectivamente en otras razas como “brujos”, o, más acertadamente, “chamanes”, para honrar a los ancestros y mantener intacta nuestra cultura, pero deshecho rápidamente ese pensamiento y vuelvo a mi cometido: ayudar a mi maestro a canalizar energía para averiguar a través de las almas de los muertos la localización del grupo invasor y preparar una sorpresa al espiritista que los guía.

Y entonces comienza la batalla, pero no la que habían esperado.

Habían tenido noticia de dos individuos, una gnoma y un híbrido, que se habían separado de la caravana elfa con permiso de pase por tierras dragneas, que en estos momentos se alejaba aún más en dirección Este. Lo que no habían pensado es que un destacamento imperial al completo podía estar interesado en acabar con ellos, y menos que estos podrían suponerles algún problema.

En cualquier caso, se habían alejado del grupo con salvoconducto y eran tan invasores como la fuerza expedicionaria imperial. No eran dignos de honor ni respeto.

– ¡Los ancestros nos observan! –grita mi maestro, y automáticamente emergen todos de entre las cuevas heladas, entonando una aterradora y fría canción de guerra, animados por la arenga, puesto que saben que es mucho más real de lo que parece.

Mientras la refriega se desencadena entre alaridos atroces y el ir y venir de gllênynd’s y ngüortz’s, tanto mi maestro como yo conducimos los acontecimientos hacia su inevitable final, llevando a la mente de los desorientados cazadores, ahora convertidos en presa, visiones desgarradoras que los paralizan o acaban directamente con su relativa cordura.

Desde la elevación en la que me encuentro ahora alcanzo a vislumbrar directamente a los dos que no deberían estar ahí.

–Sálvalos–susurra una voz en mi oído, desconocida. Mire donde mire puedo observar cientos de almas escogidas de mis antepasados, que se remontan a los inicios de la tribu, y observan el conflicto, atraídos por el líder de la tribu y mi propia contribución. Sin embargo, esta voz es diferente… de otra raza–. Sálvalos–pero se apaga tan rápido como apareció. No obstante, antes de que se extinga consigo atrapar la esencia de sus recuerdos: una vaga sensación, una imagen, un sentimiento, un nombre.

Suficiente

–Maestro–digo en un tono neutral–, los extraños deben vivir.

– No tienen palabra y morirán con los demás–sentencia. No admite discusión, y eso es extraño. Por alguna razón se está dejando llevar y me lo quedo mirando con un atisbo de duda.

No entiendo por qué mi maestro no lo ha sentido, pero es lo que debe hacerse. No hacerlo significaría vivir en la vergüenza, porque yo sí que lo he sentido y no puedo hacer oídos sordos y ojos ciegos. No hay deshonor más grande. Debe hacerse.

– ¿Qué estás haciendo? –escucho a mi espalda mientras bajo por la pendiente, aunque sé que no es una pregunta, sino una advertencia.
No le hago caso y me abro paso como una sombra entre las filas dragneas.

–Oh, Dragón de Hielo, dame fuerza… oh, antepasados, yo os invoco… oh, Dragón del Tiempo, acude a mí–susurro, volviéndome translúcido ante los ojos que me miran y, poco a poco, un poco más de vaho en la densa bruma que rodea a todos, pasando inadvertido para todos salvo para la ocupada gnoma, mi maestro y, de no haber muerto al empezar el ataque, el guía imperial.

No me cuesta dar con ellos, pues tampoco andan demasiado lejos: nada más caer sobre las tropas imperiales, estas centraron su atención en salvar el pellejo frente a los nuevos enemigos, dándoles un respiro al híbrido y su protegida, que se estaban debatiendo por salir de la emboscada.

–Venid conmigo, ya no os prestan atención–les digo por la espalda, tirando ligeramente de ellos, que acabarán tirando de mí. Estoy al borde del colapso y apenas me quedan fuerzas para mantener unos segundos más en la mente de quienes nos rodean una vívida caída hacia el abismo, pero es más que suficiente–Sin preguntas. No tendréis otra oportunidad.

Alguna vez pensé que mi destino era convertirme en líder de la tribu Gllênynd para guiarla con sabiduría y decisión; vivir, enseñar y conservar nuestra cultura junto a Namatya… pero me estoy dando cuenta de demasiadas cosas que ya debí haber sabido hace demasiado tiempo.

Mejor tarde que nunca. El mundo vuelve a cambiar.
Anthros
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